Carta 5: De Luis Miguel a Emilio
Italia-Roma 14 de Julio de 1940
Estimado Emilio;
Antes de comenzar con mis vivencias, deseo transmitirte cuánta alegría me produjo conocer esa buena nueva. Estoy convencido de que lo que crece en el vientre de tu esposa será tan bien recibido y será tan querido, que me complace la suerte que tendrá de poder contar con unos padres tan dignos y honrados como vosotros. Doy por hecho que los nervios poco a poco te invaden, pero el júbilo que seguramente te produce ver cómo crece la barriga de tu señora anula cualquier miedo o temor. Apenas quedarán un par de meses cuando recibas estas palabras para que, si no se adelantó el parto, puedas acariciar la cara de tu hijo. Te adjunto a la carta un pequeño obsequio para que ese pequeño luzca en esas soleadas tardes toledanas. Deseo que todo salga perfecto, y pronto tu mujer se recupere, para que ambos podáis pasear por la calles de Toledo y mostrar a vuestros vecinos que, a pesar de la miseria, la tristeza y los malos recuerdos que produce este periodo que nos toca vivir, la vida continúa, y se debe luchar por esa felicidad que nos ganamos. Y digo bien, al decir que nos ganamos, porque el pasar una guerra nos ha enseñado que nunca nadie, en esa España que tanto añoro, debe sufrir por verla resurgir, aunque sea en manos de otros locos ansiosos de poder. Lástima que, en nuestro caso, como en casi todos los que estoy conociendo desde fuera, siempre ganen los más excéntricos y desequilibrados personajes. A todo esto, comprobé lo del ya conocido Valle de los Caídos. Valiente sinvergüenza. Estoy seguro de que esa maldita construcción no estará limpia de sangre y de que Franco usará todas sus artimañas para mentir en cuanto a ella. La única utilidad que le veo, es la de desear ver y muy pronto, al Generalísimo descansando eternamente en ese raudal de rocas sucias de sangre.
Como puedes imaginar, tras la sospecha, confirmada, de que Hitler invadiría Francia, esperé respuesta a mi anterior mensaje, y pasados apenas tres, cuatro días de recibirla, partí y abandone París. Una lástima, porque la ciudad pareció acostumbrarse a mí, o yo a ella. Allí pude conocer gran cantidad de personajes más que intrigantes, curiosos. He compartido alguna que otra charla con los “exiliados republicanos permanentes”, como ellos se hacen llamar, que calculan que habrán quedado en Francia como la mitad de todos los que llegaron. Son asombrosas sus historias, crueles a la par que sombrías. Al fin y al cabo, yo me marché voluntariamente, queriendo poner distancia entre mi padre y yo, cumpliendo así su deseo de perder definitivamente un hijo. Algunas veces, y sé que no debería decirlo, pienso en qué afortunado habría sido si una bala o un bombardeo me hubiesen alcanzado, poniendo fin a mi historia. Pero al ver a estas personas que, aunque derrotadas, siguen luchando y avanzando, se despejan estas demencias de mi cabeza. No te puedes imaginar cuántos chicos jóvenes han tenido que marchar huyendo de las represalias, posibles o reales, o bien porque su familia estuvo muy implicada en el bando republicano o en política, o bien porque temen desaparecer por cualquier motivo absurdo, y no volver a aparecer jamás, junto a sus padres, novias, amigos.
Imagino, o puedo creer, que por allá estarás cansado de ver y escuchar historias como éstas. Te las menciono para que veas que, de algún modo, aunque lejos, sigo siendo partícipe de lo que ocurre en nuestra España, o más bien la de los otros, porque no se parece en nada a la que conocíamos. Y que en cuanto recobre valentía, volveré para instalarme en alguna parte de ella, y ya que luché en el bando nacional, de lo cual me arrepiento y arrepentiré de por vida, guerrearé tanto como el tiempo me lo permita para volver a ver el país que era antes.
Ahora mismo te escribo y te cuento desde Roma, como pudiste ver al inicio de esta carta. Sí, posiblemente otra locura teniendo a Mussolini cerca, que para el colmo se entrevisto hará un par de días con Hitler. Pero aquí, en la capital, las cosas están tranquilas. Los turistas somos bien recibidos, y con el Vaticano cerca, más aún. Al parecer, el Papa Pío XII, o como por aquí lo llaman, “el Papa de Hitler”, hace oídos sordos y ojos ciegos a los ataques y muertes provocados por los alemanes. Supongo que así se está ganando el favor de Hitler y con ello se asegura no recibir reprimenda alguna, o incluso evitar la invasión del lugar más sagrado del Cristianismo.
Como bien sabes, no sé si por cultura o por educación me considero muy creyente, y doy por hecho que Pío XII algún motivo tendrá para hacer lo que hace. Será la Historia y el tiempo quienes nos cuente la verdad, imagino.
El Generalísimo parece no cesar en su intento de perseguir a los republicanos españoles. ¿Tanto odio les tiene, que hasta en la propia capital italiana viene a buscarlos? Sí, como te cuento. Tan sólo hará un par de días, cuando iba de camino a un restaurante, espléndido, por cierto, me dieron el alto unos militantes españoles, y me hicieron demostrar mi procedencia y motivo de viaje. Al parecer, llevan consigo una lista donde aparecen nombres de republicanos o traidores al régimen, a los que si descubren, no dudan en arrestar y tras su ración de palos pertinente, vete tú a saber qué hacen con ellos; imagino que deportarlos será lo más suave.
Aún no consigo entender cómo está el mundo. Los nazis, con su particular matanza en toda Europa; Italia, con este afán fascista buscando límites que conquistar; España, dirigida por un mago ilusionista, que consigue que la mayoría vean reales y maravillosos sus trucos macabros… En definitiva, Europa está quebrada. Amigo, ¿cuál será el futuro?
Mira, dejaré mis malas palabras ya de lado, y continuaré contándote sobre mí.
Roma me parece una ciudad increíble, me ha emocionado desde el primer día. No estaré demasiado tiempo aquí, el suficiente para que, si tú lo deseas, vuelva a recibir una carta tuya, aunque me encantaría poder pasar lo que pueda quedarme de vida en esta tierra que, por la causa que sea, me transmite paz y desahogo.
Estoy pensando ahora mismo que, aunque podrías regañarme por venir aquí donde está Mussolini, tal y como te conozco, lo primero que te ha venido a la cabeza ha sido: “El calor que hace en Roma en pleno verano no es lo más conveniente para tu enfermedad”. Lo sé, querido amigo, pero necesito vivir, conocer, enriquecerme de cultura; dónde mejor que en esta ciudad para hacerlo. ¿Quién puede asegurarme que mi estado de salud no empeorará en cuestión de días? Ya sé que me dijiste que era a plazo muy largo que el estado terminal apareciese, pero por muchos cuidados o medicación que tenga, quién puede asegurarme que yo no sea una excepción. Entiéndeme, apreciado camarada, he de satisfacer mis deseos antes de que no puedan ser cumplidos.
Como comprobarás, para evitar ponerte en peligro, imaginando como están las cosas por allá, conseguí un fantástico modo de hacerte llegar la presente, al cual puedes entregarle lo que te plazca para que me lo haga llegar. Es un buen seguro. Este personaje reservado, que te ha entregado este sobre junto con mi regalo para tu pequeño, es un comerciante que viaja hasta Italia solamente para comprar grandes cantidades de harina para su negocio. Al parecer, el sistema de autarquía de Franco lo tiene bastante desabastecido y no da para mantener su restaurante de lujo. Puedes sin duda confiar en él; tras el sufrimiento de la guerra y los seres queridos que le fueron arrebatados en ella, podría decirte que aborrece todo el sistema instaurado en nuestro país.
Sin más, sólo me queda despedirme, deseando lo mejor para ti y tu modesta familia, y haciéndote saber que mi estado aún es saludable. Te extraño, compañero, pero confío en que de algún modo la vida nos vuelva a cruzar, y así cumplir con el abrazo que me hiciste prometer que te sería devuelto.
Luis Miguel Herranz.
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